miércoles, 4 de mayo de 2016

Del amor y otros demonios

Pido disculpas, principalmente a mí misma, por demorarme tanto en escribir otra entrada en mi blog.

El letargo hizo de las suyas en mí en extrañas formas. Creo que es un miedo al movimiento hacia lo desconocido, y aunque siempre escribí mucho, debo confesar que del año pasado, más allá de los largos post de Facebook y de uno que otro ejercicio, he dejado de hacerlo. En este 2016 me entran tarde las ganas pero me entran, y me prometo a mí misma volcarme más seguido en la hoja blanca de mi compu.

Hoy, y no hoy, sino desde hace rato, quiero hablar de algo de lo que muchos -pero muy cercanos a mis afectos- me han oído hablar. De mis teorías acerca del amor. Del amor de pareja. Nacida en una generación en la que por un lado, ha primado siempre la individualidad, y por el otro, fue alimentada con Topacio, La Fiera, Los Ricos también lloran, el amor es esa gran incógnita sin respuesta (la inteligencia intelectual al parecer no tiene nada que ver con la inteligencia emocional. De hecho, al parecer entre más inteligencia "intelectual" haya, menos inteligencia "emocional" parece haber, que lo diga Sheldon, entre otros... )

Imaginen, si así nos sentimos la mayor parte de los mortales de la generación nacida entre 1975 y 1985, pues Carl Jung (uno de mis mejores amigos del turbulento y complejo 2015) no se sentía muy diferente:  "Mi experiencia como médico, al igual que mi propia vida, me han puesto incesantemente ante la pregunta sobre el amor, y nunca fui capaz de dar una respuesta válida... el problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse".

Entonces Jung (con el que trato de "arreglarme" mis enredos desde abril de 2015) ¿tampoco tenía la respuesta? Pues parece que nadie la tiene. En este mundo de hoy, 2016, la cantidad de gente sola (que no está mal, no estoy calificando, sólo describiendo una situación) va en aumento, me atrevo a decir. Claro, por un lado, están las condiciones de la contemporaneidad: de por sí somos muchos y el mundo no nos bastará en un rato, es obvio que no haya cama para tanta gente y tiesto para tanta arepa, pero claramente, hay condiciones que a dicha generación a la que pertenezco ( y que desde mi subjetividad me atrevo a decir, que las que nos siguen no son muy diferentes) privilegia la amistad sobre el amor de pareja como relación preponderante y perdurable.

Paso a explicar mi teoría con algunos ejemplos.

En este mundo de “adultos contemporáneos”, entre el hippismo y el hipterismo, la individualización del individuo es una de las metas más importantes. El estado de juventud se eterniza, y esa “juventud”, está relacionada con el yo triunfador en el mundo global; una persona que hace lazos y conexiones con otra gente alrededor del mundo (el concepto de barrio, en las Urbes, cada vez se pierde más; sobre todo en las élites sociales y culturales); alguien que busca su propia realización en acciones individuales. Paso al ejemplo práctico: si María y Juan son amigos, y Juan decide que para realizarse debe irse a recorrer Japón en bicicleta por un año, a María le parecerá una maravilla y sabrá que eso no cambiará su amistad, no en lo fundamental. Nuestra cotidianidad contemporánea no contempla sólo los momentos de “carne y hueso”, sino el chat, el mensaje, el inbox de Facebook diario. ¿Cuántos de nosotros no sentimos cercanos, incluso más que a los amigos del barrio, a gente a la que vemos alrededor de 2, 3 veces al año, a  lo sumo unos 10 días seguidos, otros incluso no se logran ver en años? A mí me ha pasado. Mi amiga C de Argentina es mucho más cercana a mí y a mi proceso personal de 2015 y 2016 que algunas otras de mi misma ciudad.

Ahora pasemos a otra situación hipotética: si María y Juan no son amigos, sino novios, la cosa se torna distinta. Para mí (y creo que para muchos) el amor de pareja es amor de tacto, de vista y de gusto. De cotidianidad física; de café en la mañana, de abrazo en la tarde, de arrunche a ver pelis y de sexo en la noche.  Entonces, que tu novio o novia se vaya a montar bicicleta en Japón por un año… ya no se torna el ideal de la realización del individuo, de ese a quien amas o crees amar, sino en una sentencia inminente de 2 cosas: o la relación de pareja se congela, bajo los acuerdos que se planteen, o se termina. Personalmente (y ya me ha pasado, más de una vez) las relaciones de pareja a distancia, sin una sana frecuencia de toque-toque (y no sólo me refiero al sexo, me refiero a ese cuerpo allí – ergonómico y térmico de acuerdo a necesidad –yo tiendo a ser friolenta, prefiero a alguien calientito), se idealizan, pero también se enrarecen, se condicionan, se tensionan… acaban.

Esto del contacto me hace pensar también en que nos hace falta contacto humano. Entre amigos. Más abrazos, más caricias, más piel. No sólo de chat vive la amistad.

Y ahora bien: los amigos cumplen (me atrevo irresponsablemente a decirlo) muchas más diversas funciones que en tiempos pasados. En tiempos pasados, la pareja se constituía en ese todo: Doña María Pepa hacía todo con su marido. Ahora tenemos amigos a montón para diferentes momentos: el amigo de cine, la amiga de la rumba, la pareja de amigos para hacer mercado, la amiga para ir a Pilates, el amigo para viajar... que no está mal, pero me atrevo a decir que como persona soltera y amiguera, muchas de las "funciones" de la pareja tradicional están repartidas entre varios de mis mejores amigos y amigas (me siento un poco utilitaria en este momento. Creo que voy a llorar). Esto como digo, es solo una descripción subjetiva desde mi entorno cultural y social. Y no es bueno ni malo, simplemente, pasa.

Y bueno. Por un lado estamos entonces con una singularidad casi como de robot de Asimov (que no está mal, a mí me encanta percibirme como un individuo singular; porque creo además que sin singularidad no podemos construir conjunto), y por el otro, con nuestra educación amorosa pop. Y a esa educación amorosa pop, que los nacidos –y criados- en Latinoamérica cargamos, le debemos entre otras la esquizofrenia de muchas de las relaciones de parejas actuales. Esa educación pop viene cargada de las telenovelas, canciones, relaciones de pareja a las que desde niños estuvimos acostumbrados a mirar, cantar y absorber. Todos hemos tenido una tía con un amor eterno – Mi tía abuela Dora, cual cuento de García Márquez, después de que le mataron a su prometido en una riña días antes de su matrimonio (sí, la palabra “prometido” existía), decidió quedarse soltera y dejarse para siempre el pelo del mismo largo que a él le gustaba… la recuerdo todavía en la mecedora con su pelo blanco, largo, mirando hacia la calle Santander del Paseo Bolívar en Cartagena- ; todos hemos cantado a grito herido –herencia de mamás, tías, señora que limpia- las canciones de Rocío Durcal, de Juan Gabriel, de Amanda Miguel (sí, amigo hipster, usted también lo hizo, más cuando a principios de 2000 la música “plancha” se volvió cool y todos la cantamos y bailamos en fiestas temáticas), con letras tan dicientes como:  “Hasta que te conocí / vi la vida con dolor / no te miento fui feliz /aunque con muy poco amor /y muy tarde comprendí / que no te debía amar /porque ahora pienso en ti / más que ayer, mucho más”

El látigo, el tacón puntilla y las esposas de peluche no son nada sadomasoquistas comparados con esta canción. Luego se preguntan porqué triunfan en el mainstream adefesios pseudoliterarios como “Sombras de Grey”.

Entonces, tú, individuo treintañero o cuarentañero, profesional, con maestría o doctorado, que viste Betty Blue a tus 15, 17 o 20 (oh no, aquí descubrimos que el drama y la relación sadomasoquista no son sólo patrimonio de Latinoamérica), que te sabes la canción de Juan Gabriel, pero que además tuviste luego tu educación emocional influenciado por el amor libre, el amor vs el sexo, la importancia del placer individual, luego te dio la crisis new age, haces terapia, viviste o vives fuera del país… pues llega un punto en que te da el sancocho emocional.  Yo le llamo “sancocho” emocional a ese momento – o momentos, o momentum eterno- en el que no sabes a conciencia lo que quieres respecto al amor de pareja. Es claro que de lo que menos llena está la vida es de certezas – así como el sentido común es tan escaso- pero al menos saber qué no se quiere es importante. Por un lado quieres un hombre o una mujer que al llegar a casa, después de ese cansado día en la jungla profesional en la que todos vivimos (no conozco a nadie que no trabaje en la jungla, sea cual sea su rol) te abrace, te haga una pasta tres quesos (gracias a G, que muchas veces así lo hizo para mí), te mime y reciba tu alma y tu cuerpo trajinado de este jugar a ser grande en el que uno a sus 35, 36, 37 se siente (no les pasa que a veces sienten que están jugando a ser grandes, pero en realidad dentro de ustedes el niño interior persiste a creer que siguen teniendo 7, 8 o 9 años?); pero por otro lado quisieras llegar, mágicamente llenarte de energía de nuevo, ponerte la minifalda más desculada que tengas con las medias más brillantes (no sé si a los hombres les da esta misma gana) y salir a conocer a un chico nuevo en el bar de moda que te diga lo mamacita (o papacito) que estás.  La dicotomía entre amanecer entre el arrunche de tu lampiño o peludo (punto álgido de discusión entre chicas) o sola, echada a tus anchas en tu cama doble es fuerte. No estamos programados como probablemente nuestros padres lo estuvieron a la eterna vida de pareja, con todo lo bonita, compleja, aburrida, excitante y todo lo que puede ser, así como lo es la vida con uno mismo (les habla alguien que la mayor parte de su vida ha sido soltera, y que ha descubierto que su relación de pareja más estable es con ella misma).  Y ese “sancocho” puede ser eterno.

Ahora bien: yo creo que el amor de pareja sí existe. Lo he sentido, lo he vivido, me ha dolido y me ha dado las alegrías más grandes y las sensaciones más bonitas, me ha hecho sentir el alma adentro, me ha encumbrado y me ha ensombrecido. Todo eso. Y creo que construir pareja también es posible. Lo he hecho y disfrutado enormemente, y tengo parejas adoradas de amigos (A y S, B y J, D y R, C y N, entre otros) que llevan años, que se ríen juntos, que construyen, que se besan, que discuten, que se aburren, que juegan. Lo que creo es que los retos de esta época son diferentes. Y que dentro de esa individualidad privilegiada (que también es maravillosa), debe existir la posibilidad de crear puentes, vínculos, con otra individualidad así de maravillosa.  Que está muy bien, que somos personas únicas, pero así de únicas como somos, hay otros por ahí que también nos pueden deslumbrar; que la vida no está ni puede estar nunca planeada de lado a lado (oigo en 3…2.. 1… las carcajadas de mis amigos que me conocen), que hay que dejarse sorprender.

Y que la vida de pareja, no es como la de las pelis, o la de los libros, o ese momento de enamoramiento; aunque claro está, una de las cosas más bonitas de la vida son esas mariposas del inicio, esos nervios de la primera vez que uno habla con esa otra persona. Ese “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”-gente grunge que ama este tipo de películas… carcajadas de los amigos que me conocen de nuevo-

Todo esto me lleva a una poderosa sensación: me siento en las primarias del amor. Con todo y los años que llevo encima; sin embargo, me consuela saber que no soy la única. Que somos muchos los que no hemos llegado ni siquiera al bachillerato, pero lo reconocemos. Que por más IQ que tengamos, éxito profesional, reconocimientos, esa materia de la vida nos iguala; pero es que las emociones, aunque no seamos nosotros, son lo que tenemos y lo que muchas veces nos define.

Yo quiero seguir creyendo en el amor. Y quiero creer que eso que he sentido  con esos instantes en que siento que he capturado las partículas de la luz y la belleza, con una mirada en un bar bogotano de mala muerte, con un abrazo profundo en una cama desvencijada en Venecia –en uno de los momentos más oscuros de mi vida- con el roce de un brazo peludo durante 5 horas pegados a la silla del teatro Gaumont en Buenos Aires, o con un saludo tímido en un aeropuerto de provincia de la Argentina, es amor.  Y que pasar de ahí – como ya lo he hecho – implica negociar mi territorio. Como en acuerdo de paz: hay principios fundamentales no negociables. Pero otros sí que se pueden. Y creo que el amor de pareja empieza por uno, claramente. Pero luego viene el otro. Y que es hermoso admirar a otra persona. Conocerla. Mimarla. Abrazarla. Y construir, negociando esos principios, los fundamentales y los negociables. 

Eso no significa – y no lo creo – que las relaciones de pareja deban ser eternas. Yo creo que hay también que sacudirnos la culpa judeo cristiana de la pareja eterna. Para mí va con la teoría de la tinta del escritor: unos nacen con más tinta que otros, y hay que reconocer cuándo esa tinta se acaba. Esta metáfora me encanta, porque el amor es también un acto creativo, como escribir. Y si se te acaba la tinta es mejor reconocerlo. Si a la relación de pareja se le acaba la tinta, pues ojo: Con alguien diferente (o contigo mismo) puedes conseguir ese repuesto. Lo ideal en cada relación de pareja sería poder disfrutar juntos hasta que se acabe el frasco.  Suena fácil, y sé que no lo es. Por eso sería lo ideal.

También está el crear los propios modelos de amor de pareja. Conozco a gente que lo hace. Y le va bien. Relaciones abiertas a lo Underwood, amigos con derechos, matrimonios sin sexo...  eso está bien para cada quien, dependiendo de sus expectativas, gustos e intereses. Y su acervo social y cultural. Lo que creo debe primar siempre es la honestidad. Con uno mismo y con la o las parejas. Lo que no implica que en algún momento no se pueda complicar.


Recomiendo humildemente hacer las paces entre nuestro yo Anthony Bourdain (lo he llamado así por sus ansias de viajar por el mundo y literalmente, comérselo) y nuestro yo Betty La Fea (queriendo ser la jefa de Ecomoda pero en realidad muriendo por Don Armando). No es tarea fácil. Yo lo estoy intentando.

lunes, 3 de agosto de 2015

Llevo mucho tiempo.... pero hoy arranco.

Llevo mucho, mucho tiempo, pensando en tener un blog. Qué decir, qué no decir, para qué escribir. Aclaro, ante todo, que para mí escribir siempre ha sido una herramienta terapéutica.  Es sacar el vómito, pero también la belleza, desde adentro. Es darte una vuelta reversible de ansias y demonios. Es desnudarte hasta el tuétano. Voy a ser verborreica, como en la vida misma;  voy a ser redundante, voy a tratar de quitarme las capas de cebolla para llegar al centro de esta dragona, de esta mujer, de este ser humano pulsante, vibrante, bello, (sí, voy a dejar de creer lo contrario y a asumir esta revolucionaria belleza de cuerpo y alma) inteligente, irreverente. También voy a ser un ser humano inconstante, inmaduro, a veces intolerante y también hiriente, como soy. Pero ante todo, presente. Comiéndome el mundo de a tajada grande; siempre digo que está inscrito en mi código genético, en mi dragón de fuego, en mi ascendente sagitario y en mi luna en aries, en aires. Con mi hermoso y discreto perfeccionista y tímido virgo que me contiene en el momento justo.

Antes del Facebook, escribía largas bitácoras de viaje. Como no existía esa red social de la inmediatez (qué decir de twitter, pero yo no quepo en 140 caracteres), cada vez que viajaba, al llegar escribía una crónica que resumía mis impresiones desde el corazón y la cabeza. Dos órganos que claramente sé que existen en mí. Puedo dudar de muchas cosas, pero jamás de mi cabeza que va a 1000 revoluciones por minuto conectando pasado, presente y futuro; pensando en español, italiano e inglés y queriendo aprender y absorber de cada cosa. Esas ganas no se me quitan. Tampoco dudo de mi corazón. Existe, late y ama con una profundidad, apasionamiento y avallasamiento devorador que asusta a muchos, acoge a otros y tiene el poder de transformar mundos.

Hoy llevo horas y horas de retraso entre dos aeropuertos. El de Montevideo, del que no salí a tiempo por la niebla; el de Lima, en el que perdí la conexión. Mi vida en los últimos años ha transcurrido mucho tiempo entre aeropuertos. Mucho. En Athenas el día de las últimas elecciones presidenciales. En Moscú-Domodedovo un retraso de 12 horas. En Barranquilla una noche de miércoles 6 horas hasta que tomamos un taxi a Cartagena. Esto y mucho más. Es curioso. Mucha de la gente cercana y conocida me ve como un animal social. Sin embargo, aunque evidentemente el 60 o 70% lo soy, ese 40% o 30% se regodea en la soledad multitudinaria de los aeropuertos. Soy la mujer que no habla con nadie, que se sienta en la silla apartada, que se mete en su computador o en su libro de Calvino, Ammaniti, Murakami o Chaparro Madiedo; la que no quiere que nadie le hable y aparenta ser antipática.  Yo tengo un yo calladito y encerrado. Un yo que quiere estar solo, caminar por las calles infinitas de las ciudades cosmopolitas; volver a la 1 de la mañana a pie, 40 minutos, entre la casa de la mamá de Leyla y la de Sergio Coronado en París; un yo que se queda una tarde completa en el pueblo fantasma de Kastro- Sifnos tomando fotos a los gatos, o en su sofá cama en Chapinero viendo la temporada completa de Mad Men. El animal social existe porque existe el cachorrito solitario que camina por las calles del mundo sin mirar a nadie, pensando en películas, en el mundo, doliéndose de la belleza (la belleza del mundo me duele y me emociona), doliéndose de la crueldad (la crueldad del mundo me duele y me desvasta).

En fin. Este es un primer paso. Quiero aclarar que este blog es absolutamente personal. Que respeto y amo mi lugar de trabajo. Que respeto y amo a mi familia. Que creo que todos lo amigos que he tenido y que tengo, y todos los hombres que he amado o amo son buenas personas, en general. Y que no es mi intención ni será revelar nada íntimo ni con o de mis compañeros de trabajo, mis amigos, mi familia o mis amores.

Este blog será un ejercicio terapéutico, catártico, creativo, narrativo; cruzará la ficción y el documental. A veces hasta la animación.

Bienvenidos pues.