lunes, 3 de agosto de 2015

Llevo mucho tiempo.... pero hoy arranco.

Llevo mucho, mucho tiempo, pensando en tener un blog. Qué decir, qué no decir, para qué escribir. Aclaro, ante todo, que para mí escribir siempre ha sido una herramienta terapéutica.  Es sacar el vómito, pero también la belleza, desde adentro. Es darte una vuelta reversible de ansias y demonios. Es desnudarte hasta el tuétano. Voy a ser verborreica, como en la vida misma;  voy a ser redundante, voy a tratar de quitarme las capas de cebolla para llegar al centro de esta dragona, de esta mujer, de este ser humano pulsante, vibrante, bello, (sí, voy a dejar de creer lo contrario y a asumir esta revolucionaria belleza de cuerpo y alma) inteligente, irreverente. También voy a ser un ser humano inconstante, inmaduro, a veces intolerante y también hiriente, como soy. Pero ante todo, presente. Comiéndome el mundo de a tajada grande; siempre digo que está inscrito en mi código genético, en mi dragón de fuego, en mi ascendente sagitario y en mi luna en aries, en aires. Con mi hermoso y discreto perfeccionista y tímido virgo que me contiene en el momento justo.

Antes del Facebook, escribía largas bitácoras de viaje. Como no existía esa red social de la inmediatez (qué decir de twitter, pero yo no quepo en 140 caracteres), cada vez que viajaba, al llegar escribía una crónica que resumía mis impresiones desde el corazón y la cabeza. Dos órganos que claramente sé que existen en mí. Puedo dudar de muchas cosas, pero jamás de mi cabeza que va a 1000 revoluciones por minuto conectando pasado, presente y futuro; pensando en español, italiano e inglés y queriendo aprender y absorber de cada cosa. Esas ganas no se me quitan. Tampoco dudo de mi corazón. Existe, late y ama con una profundidad, apasionamiento y avallasamiento devorador que asusta a muchos, acoge a otros y tiene el poder de transformar mundos.

Hoy llevo horas y horas de retraso entre dos aeropuertos. El de Montevideo, del que no salí a tiempo por la niebla; el de Lima, en el que perdí la conexión. Mi vida en los últimos años ha transcurrido mucho tiempo entre aeropuertos. Mucho. En Athenas el día de las últimas elecciones presidenciales. En Moscú-Domodedovo un retraso de 12 horas. En Barranquilla una noche de miércoles 6 horas hasta que tomamos un taxi a Cartagena. Esto y mucho más. Es curioso. Mucha de la gente cercana y conocida me ve como un animal social. Sin embargo, aunque evidentemente el 60 o 70% lo soy, ese 40% o 30% se regodea en la soledad multitudinaria de los aeropuertos. Soy la mujer que no habla con nadie, que se sienta en la silla apartada, que se mete en su computador o en su libro de Calvino, Ammaniti, Murakami o Chaparro Madiedo; la que no quiere que nadie le hable y aparenta ser antipática.  Yo tengo un yo calladito y encerrado. Un yo que quiere estar solo, caminar por las calles infinitas de las ciudades cosmopolitas; volver a la 1 de la mañana a pie, 40 minutos, entre la casa de la mamá de Leyla y la de Sergio Coronado en París; un yo que se queda una tarde completa en el pueblo fantasma de Kastro- Sifnos tomando fotos a los gatos, o en su sofá cama en Chapinero viendo la temporada completa de Mad Men. El animal social existe porque existe el cachorrito solitario que camina por las calles del mundo sin mirar a nadie, pensando en películas, en el mundo, doliéndose de la belleza (la belleza del mundo me duele y me emociona), doliéndose de la crueldad (la crueldad del mundo me duele y me desvasta).

En fin. Este es un primer paso. Quiero aclarar que este blog es absolutamente personal. Que respeto y amo mi lugar de trabajo. Que respeto y amo a mi familia. Que creo que todos lo amigos que he tenido y que tengo, y todos los hombres que he amado o amo son buenas personas, en general. Y que no es mi intención ni será revelar nada íntimo ni con o de mis compañeros de trabajo, mis amigos, mi familia o mis amores.

Este blog será un ejercicio terapéutico, catártico, creativo, narrativo; cruzará la ficción y el documental. A veces hasta la animación.

Bienvenidos pues.




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